El pasado sábado, 20 de mayo, se desarrolló la visita al edificio Hábitat Guápulo, obra de los arquitectos Jaime Andrade y Mauricio Moreno. Esta visita ha sido, hasta el momento, la que más participantes ha tenido en las XXIV ediciones del CAE-Visita a las obras más emblemáticas de la arquitectura en el Ecuador. Cerca de 70 inscritos pudimos aprovechar la compañía de los autores en el recorrido por los las áreas comunales y por el interior de la vivienda del arquitecto Jaime Andrade.

El edificio Habitat Guápulo tiene aproximadamente la misma edad -35 años- que tenían los arquitectos Jaime Andrade y Mauricio Moreno cuando desarrollaron el proyecto en 1983. El edificio fue el apogeo de una serie de trabajos excepcionales que, de forma individual o asociada, desarrollaron ambos arquitectos en un periodo relativamente corto de tiempo dentro del legendario Taller 4 Arquitectura: la casa-taller del escultor Jaime Andrade Moscoso en Mangahuantag (1979), el edificio del Banco Central en Riobamba (1981 a 1983), la vivienda de la familia Moreno en Bahía de Caráquez (1980), la vivienda de la familia Brauer Cornejo (1980) y el proyecto para el Monumento al General Eloy Alfaro que debía construirse en el Parque la Carolina (1983).

Muchos arquitectos llegaron a producir sus primeras obras destacables alrededor de los 35 años. A esa edad, Le Corbusier estableció su taller en el número 35 de la rue de Sévres y desarrolló los proyectos de la Ville Contemporaine, la Maison Citrohan, la Maison La Roche y la casa taller para Amédée Ozenfant. Treinta y cinco años tenía Peter Smithson cuando, junto a Alison Gill, desarrollaron el proyecto de The Economist en Londres. Alison era 5 años menor. Aldo Rossi tenía 35 años cuando escribió La arquitectura de la ciudad y Koolhas la misma edad cuando publicó Delirious New York.

Goethe tenía un poco más de 35 años cuando efectuó su viaje a Italia en 1786. Al conocer la Villa Borghese, en Roma, el poeta alemán hizo una distinción entre el lujo y la riqueza que ciertamente vale la pena recordar con ocasión de la visita a la obra de Jaime Andrade y Mauricio Moreno. Para Goethe el lujo contiene siempre algo insignificante e indiferente que solo puede satisfacernos mientras sea nuevo. Las cosas lujosas se deben actualizar continuamente para proveernos un placer inmediato y efímero. “La auténtica riqueza, en cambio, consiste en poseer aquellos bienes que se disfrutarán durante toda la vida y cuyo disfrute proporciona conocimientos que siempre van en aumento.” Más adelante Goethe asegura que “el remedio contra el lujo es el arte genuino y el sentimiento artístico provocado con autenticidad”. Lo contrario produciría el pleno derrumbe del arte.

Los residentes del edificio Hábitat Guápulo poseen lo que casi ningún quiteño tiene y que muy pocos pueden procurarse a ningún precio: la posibilidad de apreciar y disfrutar su bella y auténticamente valiosa posesión arquitectónica.

Entre las inquietudes de los jóvenes arquitectos que conformaban el Taller 4 Arquitectura estaba la preocupación por la vida urbana, por la densificación, por el crecimiento de la ciudad y por las intervenciones modernas en zonas de protección patrimonial. Se tenía en mente el edificio Habitat 67 de Montreal del arquitecto israelí-canadiense Moshe Safdie ¿Se podían integrar los beneficios de las casas suburbanas con los beneficios económicos y ecológicos de un edificio moderno de departamentos? ¿Debían las edificaciones, en Quito, ocupar los valles o sería más conveniente ocupar las colinas y dejar los valles disponibles para otros usos como la agricultura y la recreación? ¿Cómo se debía construir en los cuantiosos terrenos inclinados  de la ciudad de Quito? ¿Cómo se podía intervenir en un sector cuyas regulaciones estaban determinadas por la oficina del Centro Histórico del Municipio de Quito sin caer en la falsificación o en la burda mímesis superficial del contexto construido?

En medio de estas meditaciones surgió la oportunidad, con el apoyo de un grupo de interesados en invertir en sus propias viviendas, de adquirir un terreno en la parte alta de Guápulo, entre la calle León Larrea y el Camino de Orellana. Las características topográficas del lugar fueron la condición determinante para el desarrollo del proyecto. Los autores mencionaron que el terreno de 1870 m2 era entonces, y desde hace mucho tiempo, un “deshuesadero” de automóviles donde se aprovechaba la pronunciada pendiente para desmantelar los vehículos haciéndolos rodar cuesta abajo.

Las regulaciones municipales particulares de este barrio patrimonial no fueron un obstáculo para el diseño del edificio. La posición de los arquitectos concordaba con la normativa en la intención de preservar el carácter de las edificaciones del contexto inmediato mediante el manejo de la escala, el escalonamiento de la edificación y el empleo de materiales que se identificaran con los empleados en las construcciones populares existentes: ladrillo revocado y pintado, cubiertas inclinadas de teja, piedra, madera y hormigón armado en la estructura.

El esquema estructural está definido por un entramado regular de 6 x 7 crujías con distancias de 7.50 x 6.00 metros entre ejes de columnas. El sistema constructivo de la estructura es de pórticos de hormigón armado con viguetas y bovedillas prefabricadas en las losas de los entrepisos. Los arquitectos explicaron que, debido a la irregularidad de la resistencia estratigráfica del suelo, se debieron introducir juntas constructivas transversales y longitudinales de modo que el conjunto se sostiene en cuatro estructuras independientes.

En las secciones transversales del proyecto se puede distinguir que Hábitat Guápulo es un conjunto escalonado en dos bloques semi-autónomos. El primero, vinculado mediante los accesos peatonales y vehiculares a la calle León Larrea y el segundo, con sus accesos desde la parte inferior del terreno en la calle Camino de Orellana. El esquema distributivo de ambas partes responde a las condiciones de la ladera, de modo que todos los espacios principales de las viviendas estén orientados hacia el paisaje.

Se consideró generar un paisaje interno entre las viviendas y entre los espacios de circulación y la zona posterior del edificio para permitir el ingreso de luz natural. Esta es una de las características espaciales más notables del edificio.

La zona comunal, ubicada en medio del conjunto es una amplia terraza ajardinada con una magnífica vista al valle de Tumbaco. Además de la exuberante y cuidada vegetación, el espacio se encuentra embellecido por una serie de objetos, murales y esculturas. En este sitio nos detuvimos a escuchar a los arquitectos explicar la razón por la que se escogió el ladrillo jaboncillo para los aparejos de mampostería, las dificultades que se suscitaron en la construcción de los numerosos muros de contención, la incorporación de los dos poco convencionales elevadores que embellecen aún más las zonas de circulación y varias anécdotas de lo que fue el proceso de construcción y otras minucias de quienes habitaron este emblemático edificio durante las pasadas tres décadas.

El recorrido terminó con el acceso a la vivienda del arquitecto Jaime Andrade. La vivienda es un interior en toda la cabalidad del término. Sorprende el modo en que el paisaje exterior -seguramente uno de los más bellos de la ciudad- pasa a ocupar un lugar secundario ante la belleza y sensación de intimidad del espacio doméstico interior. Con el tiempo la familia ha adecuado el lugar a sus aspiraciones y necesidades. Los dormitorios infantiles son ahora el sitio de trabajo del arquitecto y su esposa, en dos oficinas independientes. El patio interior original fue cubierto hace años para integrar el área social en un único espacio, dentro de una rica secuencia de ambientes aterrazados. Como si la belleza del espacio arquitectónico, no fuera suficiente para satisfacer el espíritu, una colección de objetos y obras de arte, algunas del escultor Jaime Andrade Moscoso y otras del propio arquitecto, se suman para realzar, aún más, el magnífico escenario interior.

Se advierte en las sonrisas, y otros gestos de admiración de los que visitamos la obra, que en este lugar, «durante 35 años», la arquitectura ha cumplido con sus más importantes cometidos: crear riqueza para el espíritu, unir la sensibilidad y la intelectualidad, y dignificar la vida diaria a través del “sentimiento artístico provocado con autenticidad”.

José Miguel Mantilla. Junio 2017